18 dic 2012

Fake it, until you make it!



Fake it, until you make it! Esta es la conclusión a la que ha llegado la reconocida psicólogo social, Amy Cuddy, tras completar su proyecto de investigación "Power poses". Esta experta en lenguaje corporal y dinámicas de poder, profesora de liderazgo en Harvard y propietaria de un sinfín de premios y honores, dice que nuestro lenguaje corporal afecta directa e inmediatamente en nuestra bioquímica. El modo en que no sentamos, saludamos o caminamos provoca una alteración inmediata en nuestros niveles de testosterona y cortisol. Según este estudio realizado junto a Dana Carney, tras una exposición de 2 minutos a una postura concreta (llamadas "posturas de poder") se aprecia una subida significativa de testosterona. Y la exposición a una postura de loser, incrementará también, significativamente, nuestros niveles de cortisol. El colocón puede durar entre 15 y 30 minutos.
Que la mente somatiza sus estados en el cuerpo es algo que todos sabemos; pero este estudio demuestra que el camino también puede hacerse a la inversa. Es decir, el estado, actitud y gestualidad de nuestro cuerpo conforman también nuestra personalidad. Somos como nos movemos, igual que somos como pensamos. Ocupar el espacio, abrir brazos y piernas, expandirse en el espacio, no sólo contribuye a proyectar una idea de poder al exterior sino que ayuda a ¡experimentarla! 
El estudio también extrae otro tipo de conclusiones. Por lo visto, por una espacie de efecto de compensación (el equilibrio grupal debe ser algo que esta en nuestro adn), cuanto más arriba está el otro, más pequeños tendemos a hacernos nosotros y viceversa; cuanto más pequeño se sienta el otro, más arriba nos venimos. Según demuestran Amy y Dana, las personas tendemos a hacer mayor la diferencia. Asimismo, también han advertido que una postura mantenida en el tiempo terminará siendo aquello que fingió ser. 
Las virtudes del power posing son aplicadas, enseñadas y replicadas en ciertos entornos de los negocios y la política. Ahora, gracias a TEDtalks, las cuatro posturas de Amy Cuddy se comparten más que las tántricas. A priori, estas conclusiones suenan estupendas. Parece relativamente fácil sentirse más poderoso... y sí, de hecho, lo es... tanto como lo es su opuesto, hacerte sentir sin ningún poder.
Entro en facebook. ¡Quiero ver gente! ¡Quiero mirar con lo aprendido las últimas semanas! ¿Cómo no lo he visto antes? Las posturas en cuestión, son masculinas. ¡Ellos las adoptan con naturalidad! Nosotras, no. ¡35 años escuchando que cierres las piernas o que no te sientes de tal o cual manera no ayudan mucho! 
La gestualidad que nos corresponde a cada categoría es transmitida a fuego desde la infancia. Se nos exige asumir un lenguaje corporal u otro y, con ello, y esto es lo verdaderamente grave, una actitud vital u otra. Gracias a esa poda salvaje que son los géneros, ellos se tienen que mostrar seguros, fuertes y contundentes. Tienen que ocupar espacio, también literalmente. Abren las piernas todo el rato y separan los brazos del torso. Se expanden... (igual el rollo slim por eso no termina de cuajar entre ellos) ¡Ellos tienen que ser grandes! Nosotras, acogedoras y curvilíneas. Hemos aprendido a ser más pequeñas a fuerza de retorcernos. Solemos ocupar menos espacio del que necesitamos o del que sería natural. Nos encogemos. Nuestras posturas son las denominadas "powerless" (la palabra lo dice todo). Nos hemos metido tanto en el papel que hemos desarrollado un amplio abanico de posturas inverosímiles. Un quiebro para marcar cadera, otro para arquear la espalda y otro más para lucir escotazo, y todo... ¡sin que se note la contractura! ¡Podemos incluso hacer un cruce de piernas doble o poner el culo en pompa hasta lo insólito! ¡Sólo hay que ver las fotos de alumnos difundidas en Deusto para ver nuestras capacidades! ¡Incluso podemos tirar una foto en esa postura! Ellos, o son más torpes y no saben sujetar la cámara mietras se la sujetan o son más listos y las borran. O sencillamente, no necesitan sacarse fotos en ese plan. No juegan en esa liga. Nosotras sólo podemos ser contundentes sexualmente y en ese momento, nos meten tacones, no vaya a ser que, consciente de tu poder, ¡corras!
La gestualidad que se nos presupone, impone.

Strike a pose!

20 nov 2012

Blindados ante la influencia




Por lo visto, existe un extendido fenómeno estudiado por múltiples analistas. Lo resumen de la siguiente manera: "creer que estamos solos en medio de un rebaño de ovejas". Es decir, que todos somos propensos a pensar que estamos en posesión de un criterio del que hemos desprovisto a los demás. La gente no se entera, nosotros, sí.

Preocupados por proyectar una singularidad que no siempre estamos muy seguros de poseer, a veces, raras veces, porque siempre hacemos los posibles porque no ocurra, pero a veces, ¡elegimos lo mismo que la mayoría! ¡Horror! ¡No!... El hecho de que algo empiece a gustar a la gente hace que, automáticamente, deje de gustarnos. Eso que nos gustaba tanto y nos hacía tanta ilusión... ¡no lo queremos más! Cultivar una imagen de especialito requiere ciertas renuncias... ¡y muchos esfuerzos! No es fácil vivir retorciéndose para parecer especiales... ahora, además, tenemos que hacerlo por partida doble, triple: también hay que ser alguien en facebook, en twitter, en pinterest... ¡demoledor!

También puede ocurrir, en el caso de no poder evitar caer en la mayoría, que nos veamos haciendo verdaderos malabarismos tratando de explicar que nosotros elegimos eso que elegimos, por unas razones concretas que lo hacen diferente. Me explico: "noooo, no es que yo estuviera en contra de casarme... a mí me daba igual, pero me a sus padres les hacía ilusión"; "en realidad, yo no quería ir, pero tampoco quería crear mal rollo y fui"; "a mí Lady Gaga me gusta, no por su música, sino porque reconozco que..."; "mi amigo/madre/hermano/etc. lo veía y, por su culpa, me enganché". Y otra vez a retorcerse, ajustando lo que pensamos a lo que hacemos.  

Nosotros siempre tenemos motivos para no ser uno más. Los demás, no tanto. Nosotros decidimos, elegimos y queremos con criterio y convicción. Los demás lo hacen inconscientemente, porque siguen la corriente, porque son unos inconscientes, porque no se enteran, porque son unos egoístas, porque son unos capullos.

Nosotros cuando acertamos con la elección sea del tipo que sea, ¡lo tenemos!, ¡sí!. Tenemos "eso" que buscamos con desesperación, eso que nos capacita, eso que nos legitima. Y cuando no acertamos, tenemos motivos. Motivos para hacer lo que hacemos. Los demás no los tienen. Sin embargo, curiosamente, luego buscamos, nos adaptamos, nos ceñimos a los motivos de aquellos a los que habíamos deslegitimado. ¿Por qué nos importa lo que piensen los que en teoría no nos importan? No queremos ser freaks, solo singulares. 

Las decisiones, la libertad de tomarlas, la responsabilidad de asumirlas. Algunas, sencillamente, lo cambian todo. Siempre he sido muy consciente de la importancia de algunas de nuestras decisiones. "No tomes nunca decisiones irrevocables", me decía mi padre. A él, todas las que yo tomaba, se lo parecían. A mí no me lo parecía ninguna. La primera vez que me lo dijo, me hice un tatuaje. Luego, como suele ocurrir en estos casos, su obsesión se convirtió en la mía. Así que, desde que recuerdo, me obsesiona la extraña tensión entre el poder y el peso de nuestras elecciones. 

Y por fin, me encontré con una elección que me pareció más irrevocable e inevitable que ninguna: ¿qué decisiones quieres tomar tú y qué decisiones quieres que otros tomen por ti?

9 nov 2012

El teenager que sabía demasiado




El modo en el que te mueves en un espacio cuando entras por primera vez en él, dice mucho del modo en que te mueves por el mundo. 

Estoy apoyada en un rincón de la tienda observando. Cuando necesito pensar, me gusta mirar. En esto, entran una niño y una mujer. Parecen madre e hijo. El niño entra en el espacio con naturalidad. Se detiene en la puerta. Se toma su tiempo para elegir qué recorrido hacer, por dónde empezar. No teme ser observado. Cuando lo cree oportuno, avanza y su madre avanza tras él. Tengo curiosidad. Quiero saber qué mira, que le gusta. Les sigo con la mirada. 

El niño, unos 15, lo tiene inusualmente claro para su edad. Es decidido y pausado al mismo tiempo. Se fija en los cierres y en los cuellos. Mira las prendas también por dentro. Es rotundamente austero y a su madre no le gusta. A ella le gustaría que pareciese más niño. Lo intenta sugiriéndole cosas que él descarta de lleno. Hay algo -casi primigenio- que le hace parecer naturalmente confortable en su piel. No me puedo aguantar y me acerco a hablar con ellos. 

'¡Hola! ¿Os puedo ayudar con algo?. El, y no la madre, me pide muy educadamente lo que quiere. La inmensa mayoría de las veces son las madres o las novias las que, no sólo deciden, también ¡hablan por ellos! Mientras él se va probando cosas, la madre y yo charlamos. 

-Se le ha metido en la cabeza el rollo de los ordenadores y ahora, todo el día esta con eso.  
-Pero, ¿qué rollo? ¿Juega mucho y pierde mucho el tiempo? 
-El dice que no, pero yo creo que se pasa el día perdiendo el tiempo con esos cacharros. 

'¡Es que no estoy perdiendo el tiempo!' dice él. El niño me explica que le gustan las máquinas. Máquinas de todo tipo pero sobre todo las que se mandan al espacio. Le gusta ver fotos de satélites, de estaciones espaciales, de cohetes. 'Osea que tú no tienes la cabeza en la luna, ¡la tienes en la ISS!', le digo. Los dos nos reímos. La madre no tanto.  

-Bueno, mujer, ¡tienes que estar contenta! Tu hijo es curioso, dedica su tiempo a aprender... eso está bien, ¿no?
-No sé, no sé… 
-¿Qué te preocupa? ¿Saca malas notas? ¿No tiene amigos?
-No, no... ¡al contrario! A él eso de estudiar le gusta mucho. Yo no le tengo que decir nada, él se pone a estudiar solo. Y saca muy buenas notas. Y con la gente se lleva muy bien. Pero me preocupa que se ilusiona mucho con cosas que no...
-No sé si entiendo lo que dices...
-Pues eso, ¡que se ilusiona mucho! ¡Se imagina muchas cosas que no le van a llevar a ninguna parte. Una afición está bien pero... no sé, no sé...
-Pero bueno, eso no es malo, ¿no?  
-Sí, sí, sí, es malo... yo también pensaba muchas cosas y ¡mira!... él cree que hará muchas cosas; pero, ¿y si luego no puede? ¡Se va a llevar un bofetón! Cómo están las cosas ahora... ¡a saber! Mira cuanta gente hay sin poder trabajar. ¿Por qué va a ser el diferente? Yo ya le digo que es mejor que se centre en cosas más normales. Dile que la vida luego no es tan fácil, ni tan bonita! ¡Dile, dile tú también! ¿A que tengo razón? 

¡Yo no quiero decirle eso! Y... ¡no!¡No tiene razón! De hecho, ¡estar escuchando decirle eso me está poniendo los pelos de punta!

En general, cuando las personas más cercanas intentan disuadirte de algo, lo hacen creyendo saber lo que es mejor para ti. Pero a menudo hay razones más complejas y, desde luego, menos nobles en juego. El hecho de que alguien te quiera tampoco significa necesariamente que te vea. ¡No te salgas de la raya! ¡Vigílate! ¡Conténte! ¡Disimula! ¡Sé humilde! ¡Sienta la cabeza! ¡Sé razonable! ¡No seas tú mismo! ¡Adaptáte! ¡Normalízate! ¿Por qué no puedes ser como tu amigo? A absolutamente toda la gente a la que conozco sus padres le han dicho esto en más de una ocasión. Todos deberíamos haber sido de otra manera a la que somos. ¿Dónde están entonces esos fuera de serie a los que debíamos parecernos? Nos han hecho sentir tan pequeños, tan freaks, tan inseguros que no sabemos convivir con el talento, ni con el propio, ni con el ajeno. Si supiésemos hacerlo tendríamos un mundo rebosante en recursos y gente feliz.


Quiero hablar, pero el niño, una vez más, no necesita que nadie hable por él. Con absoluta fe en lo que está diciendo, responde: '¡Jo, mamá! ¿Y tú cómo vas a saber si puedo o no puedo?!?! ¡Si acabo de empezar! ¿Cómo vas a adivinar lo que va a pasar? Lo sabremos cuando lo haga, ¿no?'. Pues claro que sí.

25 oct 2012

Un reloj de arena




Yo soy una de esas. Una "de las de la moda": frívolos, consumistas, pijos, snob... De hecho, soy tan lo peor que me dedico a la parte más devaluada y desprestigiada de la moda: el retail. Dígase mundo tiendas, que suele significar que te gustan los trapos pero no tienes la onda suficiente para dedicarte a otras cosas. Nosotros nos dedicamos a hacer dinero cargando a los productos unos márgenes infames vencidos por la ambición de obtener más beneficios. Nosotros somos mercaderes, filisteos y, además, la cuestión no tiene nada de cool. Somos profesionales mediocres dirigidos por empresarios déspotas y avariciosos.  

Todo bien... no me siento en absoluto ofendida. Antes discutía, me justificaba, quería hacer entender... Ahora, me callo y escaneo a mi interlocutor. Observo. Me llama poderosamente la atención que la mayoría de las veces quien te dice estas cosas compra en Primark o Zara, padece recaídas en el ikeismo, aunque juró que no volvería a hacerlo, y se alimenta de subproductos con aspecto de comida. Normalmente, esta gente, viniendo de ideologías y sectores de lo más dispares, afirma "pasar de la moda y de las tendencias" mientras consume y perpetúa lo peor de las mismas.  

Yo veo las cosas de otro modo. Debe ser la perspectiva del mostrador... Reflexionar sobre el consumidor, el mercado y las marcas es vital en mi trabajo. Y como tengo tendencia a obsesionarme, lo he hecho mucho. 

Un día le pedí a mi abuela que me regalara un bolso viejo que ya no usara. Ella me respondió: "Zertarako gura dozu nire poltsa zaharrik? Nik ez dakat gauza onik. Guk ez ginukan diruik. Zergaitik ez dotzazu zure beste amamai eskatzen? Berak eukingo dauz gauza pollitak!". Traducción: ¿Para qué quieres un viejo bolso? Yo no tengo cosas buenas. Éramos pobres. Por qué no se lo pides a tu otra abuela? ¡Ella sí que tendrá cosas bonitas!. Yo pensaba que tenía toda la razón, pero a mí me hacia mucha ilusión llevar algo que hubiese sido de ella. Al final, ante mi cabezonería, me dejó elegir uno. 

Resultó que aquel bolso simplón, comprado en una tienda de Elorrio en los 70´, me duró más que ningún otro comprado en una de esas tiendas que han hecho tanto por la democratización de la moda... De hecho, la única y última vez que entré en Primark, me acordé de aquel bolso y de la conversación con mi abuela. No sé si fue el colocón provocado por la peste a contaminante con el que te abofetean los bolsos o que venía lúcida de casa; pero, de golpe, lo vi todo de otro modo. ¿De verdad tenemos más cosas que nuestros abuelos? ¿De verdad vivimos mejor que ellos? ¿Estado del bienestar? ¿En serio? 

Nos atiborramos de productos que nos hacen creer que son lo que parecen. Es fácil engañarnos. Son baratos. La implantación de "lo" malo ha sido tan devastadora que ahora creemos que eso es normal. Los que se toman en serio y además van de enterados, argumentan cosas del estilo de "si vendiendo una camisa a 20 euros un Zara es rentable, ¡imáginate lo que le cargan las marcas caras!". Una argumentación muy simplona ya que  el precio de un producto es diseñado a través de muchas variables. Por ejemplo: los costes en producción. La pregunta no debería ser: "¿a qué precio hemos bajado el precio?"

Tenemos más, pero tenemos mierda. Mierda que se estropea rápido, obligando a comprar más y generando millones de residuos. Mierda que ha sido producida maltratando el medio y a las personas. Mierda que no sabe a nada, que no huele a nada... creyendo, además, que hacemos algo bueno. Y lo que ha ocurrido, lo que entre todos hemos sostenido, es lo peor, pero lo más rentable. Un mercado con forma de reloj de arena. Es decir, un mogollón de productos basura baratos que tenían que ser masivamente consumidos y otro mogollón de productos obscenamente caros. El mercado de productos responsables, de precio medio, destinados a durar es cada vez más, una especie de extinción. Llegados a este punto hemos cuestionado el capitalismo, las industrias financieras, los gobiernos... ¿No somos nosotros, como consumidores, parte del problema? ¿No deberíamos reflexionar sobre el poder de nuestras elecciones? 

¿Quién decide lo que tiene que cambiar y lo que hay que preservar? ¿Quién decide lo que es público y lo que debemos mantener en la intimidad? ¿Quién decide, en última instancia, lo que es posible y lo que no lo es? El quid de la cuestión está en el consumidor. Ahora existen las tecnologías para hacer las cosas de otra manera. Exijamos, pues, que se hagan de otra manera. 

Consumir eligiendo lo que uno consume no es una frivolidad, es política. 


28 sept 2012

Si discrepo, peco




Historia número uno. Una amiga le está contando a otra un despropósito de bronca que ha tenido con su novio. La amiga número uno cuenta acalorada una historia poco creíble, deslabazada, a trompicones... como cuando seleccionamos qué y cómo contar lo ocurrido. Miro a la amiga número dos. Tiene cara de estar pensando exactamente lo mismo que yo: la historia no tiene ni pies ni cabeza; pero dice "claroooo... jo... ya le vale!". Sonrío. La amiga número uno que tampoco es idiota, sabe que su bronca ha sido desproporcionada, sabe que su amiga también lo sabe; sin embargo, responde: "En realidad, no estoy enfadada sólo por esto. Son un cúmulo de cosas". Un cúmulo de cosas que, por supuesto, no explica. Todos hemos sido el cuentacuentos en más de una ocasión y el oyente comprensivo en tantas otras. 

Historia número dos. Tres personas reunidas en una cafetería céntrica. Hablan de trabajo. Dos de ellos parecen estar explicándole al tercero una nueva idea para un proyecto que parecen tener en común. ¡Los dos interlocutores están entusiasmados! ¡Les encanta su idea! Parecen haber encontrado el secreto de la vida eterna. Enumeran incendiados todas las ventajas que acarrea su ¡súper-idea! El tercero escucha pero no parece verlo del mismo modo y trata de explicar tímidamente sus argumentos. Los visionarios se atrincheran en su posición común para zanjar la historia muy democráticamente, son dos, pero sin haber dedicado un sólo minuto a la opinión del tercero. Este, a su vez, desiste con un "tal vez tengáis razón... esta bien, hagámoslo".

Historia número tres. Estas con un amigo y, de repente, este dice algo que te molesta. Lo que ha dicho, por algún motivo, te ha hecho sentir mal. "No venía cuento", "¿por qué ha dicho eso?", "no sabía que pensase esto de mi"... Sin embargo, y una vez más, en lugar de responder con un simple "lo que me has dicho me duele", solemos preferir callar o responder con fingido sentido del humor. 

¿Qué tienen en común las tres historias? Nuestro temor al conflicto. En nuestro modelo de pensamiento el conflicto es un fracaso, es negativo, da pereza. No sabemos, no queremos, no podemos gestionar lo que ocurrirá si mostramos nuestro desacuerdo. ¡Horror! ¡Se pondrán en mi contra! ¡Dejaré de caerles bien!... Nos aterroriza no saber gestionar lo que ocurre cuando somos nosotros mismos. ¡Hay que evitarlo a toda costa! "Es demasiado complicado", "no me compensa", "no vale la pena", "no quería herirle", "no era el momento adecuado"... Todo tipo de creativas excusas nos asaltan cuando preferimos callar con tal de no generar conflicto. ¡¿Por qué nos cuesta tanto?!

Pero... ¿Qué tiene de malo el conflicto? ¿Tiene algún sentido hablar de pluralidad si ésta tiene que fingir la unanimidad? Si lo cívico, lo correcto, lo adecuado parece ser evitar el enfrentamiento y para evitarlo tenemos que reprimir nuestras verdaderas opiniones, ¿qué tipo de libertades defendemos? ¿No deberíamos buscar el desacuerdo activa y deliberadamente? ¿No es más rico el diálogo si se desarrolla conducido por múltiples tensiones? ¿No deberíamos resistirnos al impulso de buscar lo que se parece a nosotros, lo que conocemos, lo que nos hace sentir cómodos para buscar distintas versiones, distintos backgrounds, distintas maneras de verlo? 

¡Los conflictos son constructivos! ¡El mundo no explota si dices lo que piensas! Discrepar nos obliga a buscar el modo de  acercarnos a otras posiciones, a replantearnos nuestros discursos, a sentirnos bien en la diferencia. Requiere energía, paciencia, empatía y ¡mucha naturalidad! Solo en esta tensión seremos capaces de desarrollar lo mejor de nosotros mismos. 

10 sept 2012

IN.between





Hace año y medio aprox, Barnes&Noble censuró esta magnífica portada. La empresa exigió que Dossier cubriera con bolsas negras todos los ejemplares. Tan sólo un año después, Pejic desfila vestido de blanco para Rosá Clará. ¿Cómo ha pasado esto? Ha pasado como pasa siempre.     


Andrej Pejic, la antropóloga y fotógrafa Collier Schorr y James Valeria dinamitaron los pilares de la tierra con estas fotos. Fueron calificadas de turbadoras, inquietantes. Dijeron que eran obscenas, que el modelo parecía una niña, no una mujer. Pero Peijic no parecía una niña. Las fotos tampoco tenían el alto contenido sexual a la que nos tienen acostumbrados y, sin embargo, molestó... Aquella portada capturaba un individuo nuevo; ni hombre, ni mujer. Aquella portada sugería, proponía, hablaba de la plasticidad del género. 


Conscientes de que la censura es siempre un reclamo, los detractores aguantaron la respiración y se quedaron en silencio cruzando los dedos para que todo aquello y, de paso el propio Peijic, cayeran en el olvido. Pero no fue así. El debate, hasta ahora relegado a una minoría marginal, estaba servido y a la vista de todos.



Desde entonces, Andrej Pejic ha desfilado con vestidos de novia y ha posado en lencería. Cuenta entre sus groupies con influyentes líderes de opinión. Todas las marcas que pueden permitírselo, lo quieren. Está en el puesto 98 de la lista de las 100 mujeres más sexys del mundo. Y también lo está entre los 100 hombres más atractivos. Parece que el modelo seduce bastante más de lo que muchos están dispuestos a reconocer...  

La historia mejora cuando Pejic nos presenta a su pareja, Erika Linder. Con ella comparte su multiplicidad de género. Erika dice tener demasiada imaginación para pertenecer a uno sólo. Se siente hombre y mujer y es así de impresionante. 




¡Esto es demasiado! Es mucho más freak de lo que el stablisment puede tolerar. ¿Qué es esto? ¿Son heterosexuales raros o heterosexuales por partida doble? ¿Son gays al cubo? ¿Son una pose?... Aterrorizados, los mecanismos de control empiezan a operar con agilidad. ¡Hay que redefinir todo esto! En adelante, la novia es él. Aunque sean travestidos, pero que se ajusten a nuestras normas ¡carajo! Uno de los dos tiene que hacer de chico y el otro tiene que hacer de chica.   

Juntos protagonizan la última campaña de Forward llamada 'Battle for the sexes!'. En ella intercambian y reproducen  roles de género tradicionales. Este truco, aparentemente inocente, hace que todo esto parezca precisamente eso, un juego, un disfraz. "Tranquilos, todo sigue igual, ellos sólo son un producto" rezan estas campañas. El sistema engulle, fagocita lo que no es capaz de destruir.





Pejic no ha vuelto ha ser tan moderno e irreverente como lo fue en aquella imagen. Erika ya sólo se siente hombre. Pero, sea como fuere, ya han dejado su legado: hacer visible lo invisible.






3 ago 2012

Sospechosas habituales






Michael Phelps minutos después de salir de la piscina es convertido; El tiburón, el Poseidón, El rey del trono acuático, la leyenda del Olimpo, el mejor atleta de todos los tiempos… Las noticias son acompañadas con una batería de imágenes de Phelps cual depredador, saliendo del agua amenazante, imbatible, muy a lo videoclip. Los medios ya empiezan a construir el personaje. 
Sin ánimo de restar reconocimiento a Phelps, cuyo palmarés habla por si mismo, pero ¿dónde están los minutos de gloria de Ye? 
El sábado, en la final de los 400 metros estilos,la nadadora Ye Shiwen batió al imbatible. Marcó un nuevo récord mundial;28.93 s. Nadó  incluso más rápido que  Ryan Lochte, categoría masculina de la misma disciplina. Pero a ella no le han hecho videoclip. Al fin y al cabo, el, es un semidiós. Ella, sospechosa. 
A Ye se le han dedicado pocos minutos, pero muchas perlas. Varios medios han recogido que  Gregg Troy, el jefe del equipo estadounidense, entrenador de Lochte y Beisel,  dijo la primera y la más grande, "es el tramo más rápido que haya corrido una mujer en toda la historia". Esto no es muy olímpico, Gregg. El Mundo, en su edición digital, dijo que la nadadora  "firmó en el 400 estilos del sábado unos últimos 100 m. de crol más propios de un hombre que de una mujer". Como ser así de rápido es propio de un hombre, y no de una mujer, todos concluyeron que Ye se había dopado. "La juventud no es garantía de inocencia" decía un periodista. Además, prosigue, hay motivos para sospechar ya que los chinos habían sido sancionados al dar 40 positivos… ¡en los 90!. Por la misma regla de tres, los atletas españoles deberían ir pasando por ventanilla. Hace no tanto,  antes de que PP acaparara todas las conversaciones, los ánimos estaban sublevados por las dudas sembradas sobre "nuestros" atletas. 
También hay otros que recurren al pasado maquillar  que, en realidad, molesta. Según el entrenador estadounidense, John Leonard, "los últimos 100 metros son algo imposible" y señaló que la historia, en casos semejantes, "termina demostrando que había dopaje". También  lo calificó de "inquietante". Cada vez que los géneros, y con ellos los roles que se les adjudican, se ponen en entredicho, el mundo se inquieta. Y los atletas, entrenados en igualdad de condiciones, parecen dispuestos a dinamitar, una y otra vez, estas  categorías, desobedeciendo nuestra actual clasificación y descripción de géneros. 
Lo verdaderamente inquietante es que el mundo, hoy, en pleno siglo XXI, aún crea que estas dos categorías son únicas y sus diferencias, realesSi aceptamos estas  premisas como ciertas, ¿por qué buscamos la igualdad? ¿de qué tipo de igualdad estamos hablando? ¿son un fraude todos aquellos que no se ajustan a la descripción? 
La hazaña de Ye Shiwen no sólo no es imposible, sino que además, es. Los análisis niegan el fraude. Ye no necesitó de sustancias ilegales para ser más rápida que los más rápidos. 
Fin de la historia.

2 ago 2012

cuerpos obedientes * parte II







Mientras medio mundo muere de hambre, el otro medio parece caer rendido ante las curvas.

Desde hace unos años las campañas de Dove son conocidas, con una calurosa acogida por parte del público femenino, por mostrarse comprometida con las frustraciones y problemas de autoestima sufridos por las mujeres, como consecuencia de la presión ejercida y promovida por los de siempre; los del sector de la moda. Su lema; por la belleza real. Dove se muestra socialmente responsable y, por supuesto, vende.  

Pero ¿qué vende? Miro sus campañas más emblemáticas y sólo veo mujeres redondeadas, acogedoras, afables, de prominentes caderas y poco músculo. ¿No habíamos empezado hablando de mujeres reales? ¿la realidad no se caracteriza por la diversidad? ¿por qué, entonces, son todas ellas iguales?. Echo de menos a las angulosas, las muy menudas, las musculadas, las peludas, las vigorosas… De hecho, para parecerse a la realidad les faltan todas aquellas que no son extra femeninas. 

Perdiéndome en la red descubro que Dove cuenta con una fundación para la autoestima. Promueve acciones que fomentan la autoestima femenina, dice. Así, este año lanza una aplicación a través de la cual, puedes cambiar los mensajes hostiles que solemos recibir las mujeres, por otros que nos ayuden a sentirnos mejor. Mi favorito, "ese vestido te queda muy bien"… ¡justo lo que necesitaba escuchar!

La marca también tiene una amplia gama de productos. Anticelúliticos, reafirmantes, cremas proage, autobronceadores… para que los uses mientras encuentras tu autoestima. Para ellos, acaba de lanzar una línea que incluye sólo desodorantes y geles de ducha. Por lo que parece, las mujeres pueden revelarse contra los designios de la moda, pero no contra su condición de mujer. 

Periodistas, sociólogos, expertos, biólogos, marcas, colectivos de todos los colores han hecho frente común para responsabilizar a la moda de la presión ejercida sobre las mujeres y se han lanzado a reivindicar las curvas como estandarte de la feminidad. "Una mujer real" a cuerpo 50 encabeza un extenso artículo publicado en un suplemento reciente de El País. " Las tallas grandes son más que una moda; tiene justificación antropológica" sentencia el titular. El artículo recoge un sinfín de argumentos escuchados hasta el aburrimiento insistiendo en la idea de que a las mujeres nos define la maternidad. La naturaleza nos hizo así para poder hacer lo que hemos venido a hacer; parir. Nuestro cuerpo está rodeado de más grasa que músculo para garantizar la evolución. Hay aportaciones fantásticas como que las mujeres tendemos a acumular grasa como ventaja evolutiva en caso de hambruna. 

Lo mejor llega cuando la periodista recoge una serie de estudios encaminados a justificar que el gusto por las mujeres curvilíneas no es una cuestión cultural sino ¡algo universal!. La preferencia de los hombres heterosexuales por esta tipología de mujer esta orientada a favorecer la descendencia. Hay un valiente que va más allá y dice  que a ellos les gustan las caderas y pechos grandes, pero no una barriga rebosante porque "una hembra de vientre abultado era sospechosa de estar en estado de buena esperanza".  Me ha convencido. Como dice Carmen Posadas Rindámonos de una vez a la evidencia,los hombres, todos ( transcribo literalmente), las prefieren redondas, por no decir gordas. ¡Si!¡Rindámonos!… y por favor, ciñámonos a lo que se espera de las que tenemos rajita. 

Millones de palabras vertidas para seguir perpetuando géneros, pretendiendo que experimentemos nuestro cuerpos como destinos biológicos y negándonos, una vez más, la autonomía vital que la suficiencia física confiere. 

Últimamente, pienso a menudo en que el modo en que experimentas tu cuerpo es el modo en que experimentas el mundo.








23 jul 2012

cuerpos obedientes * parte I




"Lo que EEUU emplea en alimentar su gordura podría sustentar a 22 millones de personas al día". Lo afirma una reciente investigación realizado por la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de la Universidad de Londres, para quien dejar de consumir más de lo que necesitamos es, además de una cuestión de salud, una cuestión social y una de las claves de la sostenibilidad ecológica. El debate está abierto. 

Sus autores, lejos de la subjetividad con la que solemos abordar el tema del sobrepeso, solemos encajarlo mal, decidieron empezar por calcular la energía alimentaria requerida para sostener la biomasa mundial. “Al considerar cuántas personas puede sostener el mundo, la pregunta no es cuántas bocas hay que alimentar, sino cuánta carne hay que alimentar”, explican. Un aumento de biomasa supone también, un incremento en la demanda de recursos. El estudio concluye que nuestro sobrepeso energéticamente es como si en el mundo hubiera ¡473 millones de personas más! Si lo unimos al infatigablemente patrocinado aumento poblacional, el resultado pone en alerta.  

Si dejarnos la luz encendida o dejar correr el agua mientras nos lavamos los dientes nos parece mal... ¿por qué nos parece bien ingerir más de lo que necesitamos?

Los mercados (son entes que hacen eco cuando los mencionas), buscando la expansión de los límites naturales de consumo hasta el infinito, hacen verdaderos malabarismos con tal de vender. Como no pueden alargar las horas del día para que tengamos más tiempo para consumir, tuvieron que buscar otra solución. Aunque parezcan Dios, no lo son. ¡Que consuman más de una cosa al mismo tiempo! A lo que otro añadió: ¡Y que consuman durante todo el día! La comida y la bebida sirven como ninguna a este propósito. Puedes tomarte un café mientras estás de shopping (Starbucks te lo ofrece), tomarte una bebida isotónica mientras haces deporte o una coca cola mientras conduces. ¡El mundo está lleno de máquinas o marcas dispuestas a abastecerte! ¡Puedes ingerir sin tener que dejar de hacer lo que sea que estés haciendo! Y además, para ponértelo más fácil, el mundo también está lleno de productos basura muy muy baratos para que todos podamos consumir mucho. 

¡El plan es perfecto! Y nosotros... tragamos.



21 may 2012

Boring youth




De lunes a sábado devoro la actualidad con el mismo frenesí con el que me enganché a The Walking Dead. Me sublevo, despotrico, irrito y me irrito. Los domingos por la mañana, mientras disfruto de las terrazas aún vacías y toda la prensa a mi disposición, comprendo que todo es, simplemente, viejuno.

Siento que algo va muy mal cuando leo las declaraciones de una de las indignadas más de moda. Dice que su pelea es hoy la misma que tuvieron sus padres; habla de los derechos de la clase trabajadora. Esto es demasiado vintage para mí y no puedo evitar pensar que, además, no puede funcionar.  ¿De verdad? ¿Clase trabajadora? Mi abuelo iba a trabajar a una fábrica, mis padres a un despacho y yo llevo mi trabajo en el bolso. En pleno siglo XXI, ¿tiene algún sentido seguir hablando en esos términos?

Los avances tecnológicos sirven para algo más que para convocar manifestaciones vía facebook. Muchos de los trabajos que desempeñamos podemos llevarlos a cabo con la misma eficiencia sin personarnos en nuestros puntos de trabajo. Recientes estudios realizados en EEUU afirman que en un sólo día de "teletrabajo" podrían ahorrarse hasta 423.000 toneladas de emisiones de gases, el equivalente a lo que supondrían 77.000 coches menos en la carretera a lo largo de un año. ¿Por qué seguimos atrapados en escollos como la reducción de los días de baja o la permanentemente improbable conciliación familiar? En su lugar, ¿por qué no insistimos en la inutilidad de tener que fichar?

Y digo más, ¿no deberíamos estar cuestionándonos el concepto de trabajo en sí mismo? Pensar que peleamos por trabajar 8 horas diarias y un mes de vacaciones durante toda nuestra vida... me parece aterrador y profundamente conservador, tengamos derecho a más o menos días de baja. ¿No deberíamos estar hablando de otros modelos de sociedad en la que no se trabaje por necesidad? ¿Por qué hablamos de paro en lugar de hablar del fin de la esclavitud del trabajo? Tenemos los recursos para hacerlo. Las generaciones más jóvenes no estamos cumpliendo nuestra función social si nos limitamos a repetir lo que ya dijeron nuestros padres. Proponer nuevos modelos no es sólo nuestro derecho, es también nuestra responsabilidad; pero no creo que podamos construir nuevos modelos si partimos de los mismos presupuestos. 

Esto nos pasa por hablar de ladrillos en lugar de hablar de edificios genómicos. 


post# el más moderno... ¡un abuelo! Jacques Fresco.




15 abr 2012

un "mandao"



Apple ha dejado un increíble legado y una horda de imitadores. Vueling, por ejemplo, para diferenciarse del resto de las compañías, a menudo de estética casposa, apuesta por un un storytelling fácil, seductor y lúdico. Su gráfica, su revista Ling, sus eventos, venden la idea de una compañía enrollada, comprometida, cercana. 

Llegamos al aeropuerto de Barcelona satisfechos y reventados después de una intensa noche de trabajo. Con ese cansancio psicotrópico propio de las jornadas maratonianas. Todo cambia cuando llegamos a la mesa de facturación. El vuelo que esperábamos no existe. ¿Cómo que no existe? "Sí, mire...", le extendemos un iphone con el mail de confirmación abierto. "Esperad, dejadme que mire..." dice con profunda desgana.  Nuestro vuelo sale 1.45h más tarde de lo previsto. Queremos saber, pero  la señora que nos atiende prefiere continuar con la conversación que mantenía con su compañera antes de que llegásemos, así que nos declina al departamento de reclamaciones al fondo del pasillo. Su actitud nos irrita más que el propio retraso. 

Tenemos tiempo así que nos dirigimos a donde nos han indicado. Nos encontramos unos stands con un rótulo de "ventas" y unas colas ingentes. Esperamos y cuando llega nuestro turno... "Buenas noches, mira, teníamos un vuelo programado para las 20:00 y al llegar aquí hemos sabido que sale a las 21:45. Nos sorprende no haber sido avisados tratándose de un cambio programado y no de un retraso. Queríamos saber, ¿cúal es la política o el procedimiento en estos casos? ¿Qué responsabilidades asume Vueling en estos casos?". "Este es el departamento de ventas", responde. "Aquí tenéis la hoja de reclamaciones". ¡No nos lo podemos creer! ¡Esto está pasando de cero a cien en un absoluto sinsentido! "Perdone, ¿cúal es entonces el lugar que destina Vueling a resolver los problemas o dudas de sus clientes? Más a más, tratándose de un error por SU parte". "No hay departamento destinado a eso", nos dice. ¡Impresionante! Vueling, "la enrollada", ¡no destina ninguna parte de sus recursos a la atención al cliente! Vuelven a despacharnos. Ni derecho a información, ni derecho a la pataleta. Totalmente frustrados salimos a fumarnos un cigarro y a rellenar la hoja de reclamaciones. 

Volvemos a entregar las copias. Ya allí, preguntamos, "¿al menos habrá un teléfono donde nos expliquen el procedimiento llegados a este punto?". Sí, lo hay. De pago. Para saber lo que tienes derecho a saber, tienes que pagar. Euro por minuto. Súmale que los operarios siempre están ocupados. Te ponen una melodía odiosa que dura unos 3/4 minutos. Entre Vueling y nosotros hay un teléfono de pago... Al otro lado, nadie. Operarios hartos de comerse broncas, con una información intencionadamente menguada y unos marcados procedimientos destinados a vencer por aburrimiento. 17 euros más tarde, seguimos sin ninguna información. Vueling es un ente abstracto, con tanto intermediario en todas partes y en ninguna... ¡es como Dios! 

Ya en el aire pienso... Todas las personas, personal de Vueling, con las que hemos hablado nos han subrayado no tener nada que ver la compañía. "Yo soy un mandado". "Yo no puedo hacer nada". "Yo no soy Vueling", me ha dicho una de ellas. ¿Quién es Vueling entonces? ¿Los que mandan? ¿Y quiénes son los que mandan? Si ninguno de todos esos trabajadores, en una conversación bis a bis y mirándote a la cara, ha empatizado con nosotros para tomarse la molestia de explicarnos algo, ¿cómo pretendemos que lo hagan "los que mandan", The Others, los que están allí arriba? ¿No pedimos a los demás lo que no nos pedimos a nosotros mismos? ¿Por qué pedimos que empresarios y clase política muestren un compromiso del que nosotros carecemos?

Perdona bonita, pero sí, eres Vueling. De hecho, yo también soy Vueling. Tú como trabajadora, yo como usuaria. No son sólo ellos. Somos nosotros. Hagámonos, de una vez, responsables. 

30 mar 2012

Gallardón o el control de sexo




Las rocambolescas historias de Erika Schinegger, Caster Semenya, Santhi Soundarajan o Maria Jose Martínez Patiño no hubiesen ocurrido si Gallardón en lugar de dedicarse a la política se hubiese dedicado a hacer controles de sexo para el Comité Olímpico Internacional. Tod#s ell#s son sólo algunos ejemplos de deportistas cuyas reconocidas trayectorias se vieron saboteadas porque no encajaban en la bipartidista asignación social de género. Nos gusta partir el mundo en dos: hombres/mujeres, izquierda/derecha, empresarios/trabajadores, etc.

Erika Schinegger era una leyenda del esquí, campeona mundial en 1966. Sin embargo, hizo falta un vasto equipo de urólogos, endocrinólgos, ginecólogos, psicólogos, psiquiatras, etc. para determinar el sexo real de la estrella. Erika, en realidad, era Erik.

La corredora sudafricana Caster Semenya batió múltiples récords, ganó títulos y... presentaba niveles de testosterona tres veces superiores a lo normal. Algunos lo llaman síndrome adrenogenital, otros hermafroditismo y los más desconfiados, simplemente, dopaje.

Santhi Soundarajan ganó en 2006 la medalla de plata en los 800 metros de los Juegos Asiáticos. Unos días después se la quitaron. El test de género realizado determinó que tenía un número más elevado del permitido de cromosomas Y. Le impidieron volver a competir. Sólo puedes ser hombre o mujer. 
Maria Jose Martínez Patiño era una reconocida vallista que no superó las pruebas del centro de control de feminidad tras descubrir un cromosoma Y en sus células. Patiño perdió todos sus títulos, su licencia para competir y su reconocimiento como atleta. La historia no acaba ahí. Maria, comprensiblemente frustrada, siguió haciéndese pruebas que determinasen su sexo. Dos años y medio después fue readmitida. La biología, en definitiva, resultó no ser tan concluyente.

Si está más que demostrado que tener un pene o una vagina no define la masculinidad y la feminidad, las pruebas de ADN no son tan esclarecedoras como pretendían, de los niveles de hormonas tampoco se obtiene una diferenciación clara y la capacidad reproductiva está cada vez más en entredicho... ¿cuáles son los rasgos decisivos para determinar estas categorías, a priori, indiscutibles? Y, en cualquier caso, ¿importa? Si las categorías pretenden la competición en igualdad de condiciones, ¿por qué no hablamos de corpulencia, altura o fuerza?