9 nov 2012

El teenager que sabía demasiado




El modo en el que te mueves en un espacio cuando entras por primera vez en él, dice mucho del modo en que te mueves por el mundo. 

Estoy apoyada en un rincón de la tienda observando. Cuando necesito pensar, me gusta mirar. En esto, entran una niño y una mujer. Parecen madre e hijo. El niño entra en el espacio con naturalidad. Se detiene en la puerta. Se toma su tiempo para elegir qué recorrido hacer, por dónde empezar. No teme ser observado. Cuando lo cree oportuno, avanza y su madre avanza tras él. Tengo curiosidad. Quiero saber qué mira, que le gusta. Les sigo con la mirada. 

El niño, unos 15, lo tiene inusualmente claro para su edad. Es decidido y pausado al mismo tiempo. Se fija en los cierres y en los cuellos. Mira las prendas también por dentro. Es rotundamente austero y a su madre no le gusta. A ella le gustaría que pareciese más niño. Lo intenta sugiriéndole cosas que él descarta de lleno. Hay algo -casi primigenio- que le hace parecer naturalmente confortable en su piel. No me puedo aguantar y me acerco a hablar con ellos. 

'¡Hola! ¿Os puedo ayudar con algo?. El, y no la madre, me pide muy educadamente lo que quiere. La inmensa mayoría de las veces son las madres o las novias las que, no sólo deciden, también ¡hablan por ellos! Mientras él se va probando cosas, la madre y yo charlamos. 

-Se le ha metido en la cabeza el rollo de los ordenadores y ahora, todo el día esta con eso.  
-Pero, ¿qué rollo? ¿Juega mucho y pierde mucho el tiempo? 
-El dice que no, pero yo creo que se pasa el día perdiendo el tiempo con esos cacharros. 

'¡Es que no estoy perdiendo el tiempo!' dice él. El niño me explica que le gustan las máquinas. Máquinas de todo tipo pero sobre todo las que se mandan al espacio. Le gusta ver fotos de satélites, de estaciones espaciales, de cohetes. 'Osea que tú no tienes la cabeza en la luna, ¡la tienes en la ISS!', le digo. Los dos nos reímos. La madre no tanto.  

-Bueno, mujer, ¡tienes que estar contenta! Tu hijo es curioso, dedica su tiempo a aprender... eso está bien, ¿no?
-No sé, no sé… 
-¿Qué te preocupa? ¿Saca malas notas? ¿No tiene amigos?
-No, no... ¡al contrario! A él eso de estudiar le gusta mucho. Yo no le tengo que decir nada, él se pone a estudiar solo. Y saca muy buenas notas. Y con la gente se lleva muy bien. Pero me preocupa que se ilusiona mucho con cosas que no...
-No sé si entiendo lo que dices...
-Pues eso, ¡que se ilusiona mucho! ¡Se imagina muchas cosas que no le van a llevar a ninguna parte. Una afición está bien pero... no sé, no sé...
-Pero bueno, eso no es malo, ¿no?  
-Sí, sí, sí, es malo... yo también pensaba muchas cosas y ¡mira!... él cree que hará muchas cosas; pero, ¿y si luego no puede? ¡Se va a llevar un bofetón! Cómo están las cosas ahora... ¡a saber! Mira cuanta gente hay sin poder trabajar. ¿Por qué va a ser el diferente? Yo ya le digo que es mejor que se centre en cosas más normales. Dile que la vida luego no es tan fácil, ni tan bonita! ¡Dile, dile tú también! ¿A que tengo razón? 

¡Yo no quiero decirle eso! Y... ¡no!¡No tiene razón! De hecho, ¡estar escuchando decirle eso me está poniendo los pelos de punta!

En general, cuando las personas más cercanas intentan disuadirte de algo, lo hacen creyendo saber lo que es mejor para ti. Pero a menudo hay razones más complejas y, desde luego, menos nobles en juego. El hecho de que alguien te quiera tampoco significa necesariamente que te vea. ¡No te salgas de la raya! ¡Vigílate! ¡Conténte! ¡Disimula! ¡Sé humilde! ¡Sienta la cabeza! ¡Sé razonable! ¡No seas tú mismo! ¡Adaptáte! ¡Normalízate! ¿Por qué no puedes ser como tu amigo? A absolutamente toda la gente a la que conozco sus padres le han dicho esto en más de una ocasión. Todos deberíamos haber sido de otra manera a la que somos. ¿Dónde están entonces esos fuera de serie a los que debíamos parecernos? Nos han hecho sentir tan pequeños, tan freaks, tan inseguros que no sabemos convivir con el talento, ni con el propio, ni con el ajeno. Si supiésemos hacerlo tendríamos un mundo rebosante en recursos y gente feliz.


Quiero hablar, pero el niño, una vez más, no necesita que nadie hable por él. Con absoluta fe en lo que está diciendo, responde: '¡Jo, mamá! ¿Y tú cómo vas a saber si puedo o no puedo?!?! ¡Si acabo de empezar! ¿Cómo vas a adivinar lo que va a pasar? Lo sabremos cuando lo haga, ¿no?'. Pues claro que sí.