En el metro rara vez leo: muchas
personas obligadas a compartir espacio siempre dan mucho de sí.
Esta mañana he tenido suerte; asiento libre y cale.
No he tardado en volver a quedarme suspendida, como boca abajo, soñando con el segundo café sin haberle
dado al primero tiempo para hacer su efecto. Una pareja muy mayor se ha sentado
cerca de mí, en el área reservada a sillas de ruedas, carritos de niño y
ancianos. Deben ir a algún médico, a un especialista. El de cabecera suelen
tenerlo cerca de casa. Se hablan y se miran de un modo que me enternece.
Alguien masculla algo a mi lado sacudiéndome la ternura. Me levanto para ceder el asiento a una señora enorme que tengo de repente a mi
lado. Las dos no cabemos en dos asientos.
El ambiente ya es asfixiante
cuando llegamos a la siguiente estación. Se abren las puertas y veo a contraluz
a 3 mujeres armadas. Son madres!. Mujeres armadas con esos carritos cada vez
más cerolíticos. Cada uno juega a ser moderno a su manera y esos carritos
parecen ser como un pase súper VIP que les permite entrar en cualquier lado.
Tener cochecito es tener carta blanca. Entran como un tifón disfrutando de su
cuota de poder. Aguanto la respiración, contando los segundos entre el rayo y
el trueno. Las madres resoplan al comprobar que no son las únicas con trato
preferente. Las señoras mayores, merecedoras de casi todo, también resoplan.
Cruzo la mirada con un chico tan poco VIP como yo que ya no acierta a colocarse
para facilitar espacio.
Siguiente parada: más madres con
carritos y una ya no cabe. El ambiente se caldea. Las de la puerta despotrican,
empujan quejándose de que los “chavales” de los asientos reclinables no se
levantan para dejarles espacio. Al fin y al cabo, ¡van con niños!. Son ancianos,
les digo, hoy hay muchos. La madre que se ha quedado fuera ruge pestes mientras
piensa en lo difícil que es todo para una madre. Ella sigue empujando. No
debería usted subir, ya no cabe nadie más, le digo. Sus amigas, las que sí han
conseguido imponerse al espacio y sus normas físicas, me miran como si hubiesen
visto al diablo.
Decido bajarme. Me toca. Al fin y al cabo, ni soy vieja, ni soy
gorda, ni madre y además soy fumadora.