28 sept 2012

Si discrepo, peco




Historia número uno. Una amiga le está contando a otra un despropósito de bronca que ha tenido con su novio. La amiga número uno cuenta acalorada una historia poco creíble, deslabazada, a trompicones... como cuando seleccionamos qué y cómo contar lo ocurrido. Miro a la amiga número dos. Tiene cara de estar pensando exactamente lo mismo que yo: la historia no tiene ni pies ni cabeza; pero dice "claroooo... jo... ya le vale!". Sonrío. La amiga número uno que tampoco es idiota, sabe que su bronca ha sido desproporcionada, sabe que su amiga también lo sabe; sin embargo, responde: "En realidad, no estoy enfadada sólo por esto. Son un cúmulo de cosas". Un cúmulo de cosas que, por supuesto, no explica. Todos hemos sido el cuentacuentos en más de una ocasión y el oyente comprensivo en tantas otras. 

Historia número dos. Tres personas reunidas en una cafetería céntrica. Hablan de trabajo. Dos de ellos parecen estar explicándole al tercero una nueva idea para un proyecto que parecen tener en común. ¡Los dos interlocutores están entusiasmados! ¡Les encanta su idea! Parecen haber encontrado el secreto de la vida eterna. Enumeran incendiados todas las ventajas que acarrea su ¡súper-idea! El tercero escucha pero no parece verlo del mismo modo y trata de explicar tímidamente sus argumentos. Los visionarios se atrincheran en su posición común para zanjar la historia muy democráticamente, son dos, pero sin haber dedicado un sólo minuto a la opinión del tercero. Este, a su vez, desiste con un "tal vez tengáis razón... esta bien, hagámoslo".

Historia número tres. Estas con un amigo y, de repente, este dice algo que te molesta. Lo que ha dicho, por algún motivo, te ha hecho sentir mal. "No venía cuento", "¿por qué ha dicho eso?", "no sabía que pensase esto de mi"... Sin embargo, y una vez más, en lugar de responder con un simple "lo que me has dicho me duele", solemos preferir callar o responder con fingido sentido del humor. 

¿Qué tienen en común las tres historias? Nuestro temor al conflicto. En nuestro modelo de pensamiento el conflicto es un fracaso, es negativo, da pereza. No sabemos, no queremos, no podemos gestionar lo que ocurrirá si mostramos nuestro desacuerdo. ¡Horror! ¡Se pondrán en mi contra! ¡Dejaré de caerles bien!... Nos aterroriza no saber gestionar lo que ocurre cuando somos nosotros mismos. ¡Hay que evitarlo a toda costa! "Es demasiado complicado", "no me compensa", "no vale la pena", "no quería herirle", "no era el momento adecuado"... Todo tipo de creativas excusas nos asaltan cuando preferimos callar con tal de no generar conflicto. ¡¿Por qué nos cuesta tanto?!

Pero... ¿Qué tiene de malo el conflicto? ¿Tiene algún sentido hablar de pluralidad si ésta tiene que fingir la unanimidad? Si lo cívico, lo correcto, lo adecuado parece ser evitar el enfrentamiento y para evitarlo tenemos que reprimir nuestras verdaderas opiniones, ¿qué tipo de libertades defendemos? ¿No deberíamos buscar el desacuerdo activa y deliberadamente? ¿No es más rico el diálogo si se desarrolla conducido por múltiples tensiones? ¿No deberíamos resistirnos al impulso de buscar lo que se parece a nosotros, lo que conocemos, lo que nos hace sentir cómodos para buscar distintas versiones, distintos backgrounds, distintas maneras de verlo? 

¡Los conflictos son constructivos! ¡El mundo no explota si dices lo que piensas! Discrepar nos obliga a buscar el modo de  acercarnos a otras posiciones, a replantearnos nuestros discursos, a sentirnos bien en la diferencia. Requiere energía, paciencia, empatía y ¡mucha naturalidad! Solo en esta tensión seremos capaces de desarrollar lo mejor de nosotros mismos. 

10 sept 2012

IN.between





Hace año y medio aprox, Barnes&Noble censuró esta magnífica portada. La empresa exigió que Dossier cubriera con bolsas negras todos los ejemplares. Tan sólo un año después, Pejic desfila vestido de blanco para Rosá Clará. ¿Cómo ha pasado esto? Ha pasado como pasa siempre.     


Andrej Pejic, la antropóloga y fotógrafa Collier Schorr y James Valeria dinamitaron los pilares de la tierra con estas fotos. Fueron calificadas de turbadoras, inquietantes. Dijeron que eran obscenas, que el modelo parecía una niña, no una mujer. Pero Peijic no parecía una niña. Las fotos tampoco tenían el alto contenido sexual a la que nos tienen acostumbrados y, sin embargo, molestó... Aquella portada capturaba un individuo nuevo; ni hombre, ni mujer. Aquella portada sugería, proponía, hablaba de la plasticidad del género. 


Conscientes de que la censura es siempre un reclamo, los detractores aguantaron la respiración y se quedaron en silencio cruzando los dedos para que todo aquello y, de paso el propio Peijic, cayeran en el olvido. Pero no fue así. El debate, hasta ahora relegado a una minoría marginal, estaba servido y a la vista de todos.



Desde entonces, Andrej Pejic ha desfilado con vestidos de novia y ha posado en lencería. Cuenta entre sus groupies con influyentes líderes de opinión. Todas las marcas que pueden permitírselo, lo quieren. Está en el puesto 98 de la lista de las 100 mujeres más sexys del mundo. Y también lo está entre los 100 hombres más atractivos. Parece que el modelo seduce bastante más de lo que muchos están dispuestos a reconocer...  

La historia mejora cuando Pejic nos presenta a su pareja, Erika Linder. Con ella comparte su multiplicidad de género. Erika dice tener demasiada imaginación para pertenecer a uno sólo. Se siente hombre y mujer y es así de impresionante. 




¡Esto es demasiado! Es mucho más freak de lo que el stablisment puede tolerar. ¿Qué es esto? ¿Son heterosexuales raros o heterosexuales por partida doble? ¿Son gays al cubo? ¿Son una pose?... Aterrorizados, los mecanismos de control empiezan a operar con agilidad. ¡Hay que redefinir todo esto! En adelante, la novia es él. Aunque sean travestidos, pero que se ajusten a nuestras normas ¡carajo! Uno de los dos tiene que hacer de chico y el otro tiene que hacer de chica.   

Juntos protagonizan la última campaña de Forward llamada 'Battle for the sexes!'. En ella intercambian y reproducen  roles de género tradicionales. Este truco, aparentemente inocente, hace que todo esto parezca precisamente eso, un juego, un disfraz. "Tranquilos, todo sigue igual, ellos sólo son un producto" rezan estas campañas. El sistema engulle, fagocita lo que no es capaz de destruir.





Pejic no ha vuelto ha ser tan moderno e irreverente como lo fue en aquella imagen. Erika ya sólo se siente hombre. Pero, sea como fuere, ya han dejado su legado: hacer visible lo invisible.